Nací una mañana de un domingo del mes de marzo, cuando las golondrinas estaban a punto de llegar al pueblo para empezar a hacer su nido. Ya de pequeño me fascinaba todo lo que tenía relación con volar. Seguro que no tenía más de siete años cuando decidí que quería ser piloto de una nave para viajar bien lejos; pero el tiempo pasaba y la nave no llegaba. Así que, hacia los once años, pensé que la mejor manera para conseguir viajar a nuevos mundos era dibujar, ¡y resulta que se me daba bien!
«Con el dibujo no se gana la vida», me dijeron. Así que, cuando di el estirón, me fui a vivir a la ciudad para convertirme en diseñador gráfico. Pero el gusanillo del lápiz continuaba vivo y me empujó a hacer un posgrado de ilustración, que me permitió dar vida a mis personajes y, así, poder vivir como ilustrador.