Nací en Caracas, a orillas de El Ávila, y fue en aquella montaña donde crecí. La casa de mis padres quedaba, literalmente, sobre las nubes. Desde el patio podía ver el mar y el aeropuerto. En los atardeceres de nubes pintadas por el sol, imaginaba que caminaba sobre aquellos algodones de azúcar sin despegar los pies de la tierra.
Cuando terminé de estudiar Artes, me subí en uno de aquellos aviones que veía despegar en los días despejados. Dejé el Caribe y descubrí el Mediterráneo.
Ahora vivo en Barcelona, una ciudad de encuentros. Echo de menos la selva; disfruto del bosque. Cada espacio habla a su manera. Cuando consigo escucharlos, escribo lo que me dicen.