Javier Sobrino

  • Escritor

En mi infancia, viví en una casa rodeada de prados y árboles, en Las Bajuras de Pimiango, y mis juguetes favoritos eran unas vacas de madera que construía con trozos de roble. Otro juguete que tenía en una higuera era una bicicleta, la única que he tenido, y corría por los caminos, incluso volaba.

Mi familia se trasladó a la ciudad, Santander. La hierba se convirtió en asfalto y los árboles, en farolas. En aquellos años, todavía quedaban en mi barrio huertas con frutales. Y todos los años me regalaban sus frutos. Mi primer destino como maestro fue en Piñeres, Peñarrubia, un pueblo de montaña y pastos con un bosque. Allí, con mis alumnos y alumnas, comencé a hacer semilleros de los árboles que nos rodeaban.

Años después, me construí una casa en un pueblo con un bosque de encinas, cerca del mar, Pechón. He ido plantando un árbol aquí, una flor allá. Y ahora lo hago con mis hijos. Como veis, mi vida ha estado unida a esos maravillosos seres y también a los libros como el que tenéis en las manos.

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